Seis artistas armenios, todos más bien laicos, se encuentran en un famoso monasterio armenio situado más allá de las costas de su país de origen, a saber: en Venecia, Italia. Si lo normal es que los pueblos vivan en su respectivo país de origen, el mundo parece haberse acostumbrado al hecho de que haya algunos que tengan que desarrollar una conciencia de sí mismos básicamente a partir de la pérdida de su tierra natal.Al enfrentarse a esta paradoja, las ideas que despierta en uno suelen tomar dos direcciones: hacia atrás, es decir, apenarse y llorar la pérdida; o hacia delante, esto es, reivindicar la identidad perdida a través de la noción de una cierta unidad que haga posible que la identidad propia encaje a la perfección con la colectiva, fundiendo ambas en un lugar en el que poder llamarse armenio, con banderas, música, dignatarios y demás. No obstante, ambos hilos de pensamiento no son más que vanas ilusiones: nadie puede llorar una pérdida eternamente, y la belleza de la bandera y de la música no hace sino camuflar la violencia que siempre ha estado asociada al concepto de nacionalidad. No existe ninguna nación sin ejército, ninguna que carezca del humillante desequilibrio entre ricos y pobres y ninguna que deje de sacar músculo para castigar a aquellos que desafían el poder de sus instituciones y que no siguen las reglas del juego, lo que constituye un esfuerzo inútil. Por consiguiente, los armenios a los que no les queda nada más que un sueño o sus ahogadas esperanzas son, según el resto del mundo, los afortunados.Todo lo que queda del pasado y para el futuro es la vía estrecha del aquí y el ahora, así como la necesidad de especificar lo que significa «armenio» yendo más allá de toda ilusión retroactiva y futura. El arte resulta idóneo para este experimento: su naturaleza más bien pacífica y juguetona se despliega no solo en forma de diálogo entre artistas, sino también en la de un diálogo mantenido con un público confiado.
La nada, el vacío, los huecos... todos se podrían llenar con todo lo que fue o todo lo que podría haber sido si la violencia, que todo lo destruye, no existiera. El arte puede constituir un vacío semejante y todos los que permiten que este les conmueva descubren la nada que se encuentra en el origen de su propia existencia. A modo de vector, Armenia Now//:here representa la interacción del pasado con el futuro, el lapso de tiempo en el que se desarrollan nuestras cortas vidas, en el caso de que se lleguen a desarrollar. Armenia Now//:here impulsa la creatividad recíproca.Si nos preguntamos, al igual que el 75% de los armenios que carecen de una tierra que puedan llamar suya, cuál es el núcleo de su existencia, si miramos más allá del luto y de la ilusión, o es más, si consideramos, virtuosos, que la identidad es algo que solo se puede entender desde un punto de vista crítico y en el contexto de su formación, la única respuesta posible es llevar a cabo una conmemoración fructífera y tener una imaginación que evolucione a medida que lo hace la historia. Armenia es el lugar en el que la gente recoge los hilos sueltos para tejer con ellos una alfombra, cuyo enmarañado patrón pone de manifiesto su anhelo de tener una existencia libre de abnegaciones. Armenia es el lugar en el que la textura y la forma material de dichos hilos reflejan todo lo que únicamente se podría oír escuchando a los abuelos: un amor inconfundible que destila colores y sabores.
Esa permanente recreación de la existencia armenia en la diáspora, así como la creciente puesta en cuestión de los conceptos de “nación” e “identidad”, desplazadas por otras como desterritorialización global e hibridez cultural, han llevado en nuestros días al giro hacia la idea de Armenia como transnación. Ya no la diáspora como exilio y orfandad, una periferia añorante del lejano hogar, sino una red que incluye, pero a la vez excede, la Armenia territorial.
Desde la primera gran dispersión a partir del año 1045, el pueblo armenio conoció múltiples formas de la migración y el exilio. Testimonio y fruto de esa diversidad de experiencias a lo largo de
diez siglos son, según Khachig Tölölyan, los varios nombres que sirven en el idioma armenio para nombrar la diáspora. Spurk, arderkir, tz’ronk, gharib, gaghut –sugestivamente emparentada con la
palabra hebrea galut- remiten cada uno a diversos momentos y modos de la vida en el extranjero. La proliferación léxica es indicador de esa complejidad y diversidad histórica. Antes que de la
carencia o el anhelo, esa pluralidad habla de la vitalidad y dinamismo de la condición diaspórica.
La dispersión, como toda diseminación, adquiere en el lenguaje un contenido fecundo. Como el esparcir de una semilla, la migración permite expandir valores y creaciones culturales y hace de la
diáspora un espacio de fertilidad. La palabra, tesoro portátil capaz de extenderse y dar fruto en tierras lejanas, hizo posibles momentos de esplendor cultural. El primer periódico armenio, publicado
en Madras, India, en 1794, es ejemplo de esa vitalidad y muestra de cómo la cultura compartida ofreció espacios de recración de los propios valores y con ellos hogares simbólicos a habitar.
Esa permanente recreación de la existencia armenia en la diáspora, así como la creciente puesta en cuestión de los conceptos de “nación” e “identidad”, desplazadas por otras como desterritorialización global e hibridez cultural, han llevado en nuestros días al giro hacia la idea de Armenia como transnación. Ya no la diáspora como exilio y orfandad, una periferia añorante del lejano hogar, sino una red que incluye, pero a la vez excede, la Armenia territorial.
La “patria” ya no es sólo un territorio delimitado geográficamente, sino un tejido colectivo horizontal e interminable. No una promesa hacia el futuro sino una construcción permanente y productiva
en el hoy. Reconocer el potencial creativo de la existencia en la diáspora no implica ignorar el peso que han tenido en ella el exterminio y la persecución. La memoria del genocidio es, junto a la
palabra, una marca ineludible en el tejido permanente de la transnación. En esto, como en la impronta diaspórica y la importancia de la tradición letrada, la experiencia armenia se hermana con la del
pueblo judío.Y al igual que con la Shoah, el mandato del recuerdo es paralelo al desafío de no limitar la identidad colectiva a la evocación de la muerte sino de seguir recreando modos positivos de
aglutinar la pertenencia cultural.
La tarea curatorial de “Under construction” asume con responsabilidad y afecto esta herencia rica y compleja. El trabajo de los artistas iniciado ya como plataforma en la red - recurso provechoso y a
la vez metáfora de esa construcción rizomática de la transnación- propone imágenes que no aspiran a la solidez ni la univocidad de los símbolos nacionales, sino que son hilos en la composición de una
trama. Su obra encuentra cobijo idóneo entre las paredes de un monasterio que fue sede de la recreación cultural armenia. Y Venecia, que dio asiento a una pujante comunidad al amparo de su linaje de
mercaderes y su carácter de nudo de intercambio entre mundos distantes, resulta para el proyecto la ciudad más afín. Como ella, la identidad colectiva es menos una tierra firme que un archipiélago
frondoso, surcado por canales como lazos que tejen interminablemente una red.
The identity of the individual is a central problem of our time. We have inherited this situation from the creation of the nation-state, and also, before it, the creation of kingdoms in Europe. The European Enlightenment is one of the factors through which the individual has come to be seen as a person who belongs to a collectivity. This was a moment in history when we ceased to speak of “geography, latitudes and longitudes”, and began to speak of politics in new terms, in which the subject, the people, became a central element. We have been using the idea of “citizenship” since the creation of the nation-state, and it has become a very positive formulation, with strong connotations of freedom. Hobbes placement “people” before the notion of “citizenship”, eliminating the concept of a multitude, something that is very relevant to us today, with respect to contemporary sociological use of the terms . The legacy of the nation-state is for us a serious problem because of the many crimes this entity was responsible for during its history, a history that we are still experiencing and from which we must absolutely exit, if we are to move forward into our new situation and the creation of new kinds of multitudes. The historical development of the idea of the individual belonging to a collective community possesses a number of bifurcations. The French sociologist Gabriel Tarde (1843-1904) interpreted the subject of the individual in terms of Leibniz’ ideas of the monad. Tarde added to the Leibnizien monad the concept of open doors and windows. It means that Leibniz’s cabinet has ni door neither windows. It is a closed monad whereas the individual of Tarde is a poreuse one and not closed to itself. This is a trans-individuality, the poreuse one and for that reason we can call that crossing individual situation of the person as a desidentification in itself because of the open relationship to the whole possibility of the global individuation.
This is a moment in the history of philosophy when we see the notion of the individual as an integrated person, as an indivisible subject of consciousness. This development of the indivisibility of the person makes one person belong to himself. Sociology has further developed the difference between society and the individual as a long process of the separation of the individual from the societal (social). Later, at the beginning of the 20th century, in Durkheim’s work, the individual was separated from the collective and exists as a part of the society. In our current approach to sociology, in part because of the influence of the positions of Durkheim, society and the individual are not able to understand, I think, the position of the individual today. During the last two decades the notion of multiculturalism has begun to have a central role in the debate in the social sciences and in the arts. But unfortunately this has been only, in the main, in the context of the contentious subject of immigration. Immigrants have the possibility of creating new kinds of culture in the societies in which they are involved, and they can choose to accept assimilation or the differences of the cultures (a new demand of young citizens, especially from post-colonial countries). We can call this the culture of immigrants. On this point the idea of “a people” is very problematic because what we call people according to Hobbes are those who belong to a nation-state. How we can talk about “a people” when immigrants are only immigrants and not citizens? To have citizenship demands a naturalization of the individual coming from another culture. In Europe it is possible to be a member of a nation only if one has citizenship of the nation.